Se trata de un edificio construido a principios del s. XX y transformado en hotel en torno a los años 60 que aún mantiene el encanto de la época.
Lo mejor, sin duda, son las vistas desde la terraza y desde las ventanas de las habitaciones que dan a la fachada principal. También me gustó el hecho de que está en mitad del auténtico Funchal, al lado del Convento de Santa Clara y no lejos de la Fortaleza de Pico. Es una gran diferencia si lo comparas con los hoteles de la zona de Lido.
Esta ventaja tiene su cara negativa y es que llegar al hotel implica subir unas cuestas considerables. Soy joven y estoy acostumbrado a andar pero tras un par de días recorriendo la isla, las piernas se resienten cuando vuelves al hotel al final de la jornada. Una opción, es coger un taxi desde el centro de Funchal, que son unos 5 € en noche de fin de semana.
Las instalaciones son sencillas pero correctas. Mi habitación individual era amplia, la cama cómoda y los armarios amplios. La limpieza fue buena todos los días. Por contra, el baño era algo estrecho, el agua caliente tardaba un rato en salir y la habitación no está climatizada con lo que no sé en verano, pero en mayo, pasé algo de frío por la noche. La tele es muy pequeña pero tiene gran variedad de canales.
En cuanto a las zonas comunes, algo limitadas pero la terraza es impresionante y es un lujo tomar una cerveza con esas vistas. La piscina es pequeña pero tiene bastantes tumbonas.
Por último, el desayuno es algo limitado.